Hay muchas cosas que fastidian, y
fastidian mucho.
Últimamente las redes sociales.
Las redes sociales se han convertido en la voz de lo cotidiano, el estandarte
de lo común y la lucha intrínseca en búsqueda de diferenciación eterna entre
sus usuarios.
Porque todos buscamos sobresalir, mostrar a los demás que somos únicos e
irrepetibles. Buscamos posicionarnos como una marca altamente solicitada
por amigos, familiares e incluso desconocidos.
¿Y cómo se logra lo anterior? Resaltando
cualidades (reales o imaginarias) en nuestra persona.
Subiendo fotos nuestras, de nuestra
pequeña y altamente manipulada realidad.
Esto es normal, aceptable, incluso
divertido. "Todos lo hacían, yo solo quería ser popular" ponemos en
un post donde aparece una foto de nosotros con una mueca (deforme) de duckface intentando salir con una pose
casual en una foto de lo más elaborada. No queremos aceptarlo, pero sin darnos cuenta, seguimos
modas por likes, por comentarios que nos levanten el ego, por encontrar a
personas con opiniones similares (por no decir iguales) a las nuestras. Y todavía
pensamos que somos de lo más originales compartiendo la misma imagen de una página
de un libro con apenas unas letras subrayadas con marcatexto perteneciente a un
poema de Benedetti. Ja ja.
Y al principio es divertido, pero de
repente llega un momento donde el aburrimiento prolifera.
Donde entras a tu Facebook y no importa la
hora que sea, aparecen fotos de personas
a las que apenas conoces compartiendo que fue lo que comieron, a donde
fueron, que zapatos traen, como visten, donde están, con quien y haciendo que.
Como si a los demás les importara. No
les importa, no nos importa.
Eso jode y jode mucho.
Jode el ego.
Jode el orgullo de likes.
Ya estar en las redes nos obligan (en
mayor frecuencia) a mover el mouse de arriba abajo buscando algo interesante
que compartir, comentar o dar like. Porque nos encanta andar por la vida
regalando likes a diestra y siniestra. Para luego darnos cuenta, que realmente no hay nada interesante ni nada nuevo que
ver. Nos obliga a bostezar varias veces y a buscar en otra pestaña del
navegador algo interesante, claro, todo esto sin salir de la red social en cuestión.
¿Llegará el día en que las personas nos demos
cuenta de lo anterior y decidamos con absoluta autonomía colectiva decirle adiós
a una cultura donde el valor de cada uno se representa por el número de likes
que tenga su foto de perfil? Tal vez sí. Pero para lo anterior todavía falta
mucho tiempo. Mucho, mucho tiempo.
Mientras eso ocurre, voy a compartir este artículo
en mis redes sociales.
Tal vez a alguien le importe saber mi opinión.
Tal vez alguien piense como yo y me dé la
razón.
Tal vez encuentre aquello que me
diferencia de todos mis contactos.
O tal vez no, y el ciclo continuara
ocurriendo por los siglos de los siglos (o hasta que alguien escriba algo
mejor).
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