Pude verla parada sobre las olas
del mar. Sintiendo la brisa jugar con su cabello mientras cerraba los ojos para
prolongar un poco más el momento.
Mi encuentro con ella fue casual, mi padre
me indico que guardara en el bote de pesca 2 enormes cuerdas que evitarían que
el barco se alejara navegando a la deriva en caso de una emergencia, por lo tanto
mí deber implicaba cumplir con prontitud su encargo.
Llegue al muelle alumbrado por la
débil luz de mi vieja linterna. Con cuidado, subí al bote con la certeza de
terminar en menos de un minuto para regresar a la casa y desayunar. Sin
embargo, mis planes se vieron interrumpidos por la figura de una mujer que
contemplaba la costa a algunos metros del mar. No estaba sobre ningún apoyo, y
desde donde yo me encontraba resultaba imposible que aquella persona hubiera
llegado a tal profundidad caminando sobre el agua. Asombrado por la increíble escena,
deje en el suelo del bote las cuerdas de mi padre. Debo admitirlo, al principio
me asuste. Desde pequeños, a los niños del pueblo nos advertían que la "bruja
del muelle" venia por las noches a llevarse a los niños desobedientes y
malcriados. Nuestros padres la describían como un ser horrible con ojos
monstruosos, rostro deforme y con las intenciones más obscuras para aquel que
se encontrada desgraciadamente en su camino. Era, como dije, una vieja leyenda.
Nunca creí que me la llegara a encontrar.
Sin embargo su apariencia distaba
mucho de aquellos falsos rumores. A decir verdad era bella. Era muy hermosa,
con ese vestido azul de corte elegante
que cubría con distinción su figura. El color azul celeste contrastaba
perfecto con la noche en el cielo y los rizos de su cabello se enmarañaban
rebeldes al compás de la marea.
No me atreví a hablarle. Estaba
tan concentrada en sentir las respiraciones del océano que me pareció grosero
interrumpirla. Cuando me disponía a alejarme en silencio. Ella abrió sus ojos, creí
que se había molestado por mi inoportuna presencia y en cualquier momento desaparecería,
pero contrario a mis suposiciones, ella ni siquiera se inmuto. Tosió un par de
veces y toco su muñeca como si fuera un reloj. La marea se agito con más fuerza
y una onda de agua se extendió tanto que termino por rodearla, a modo de
enmarcar su belleza en un hermoso y perfecto cuadro.
Las gaviotas alrededor
emprendieron vuelo, pasaron con fuerza revoloteando contentas por encima de mi
cabeza obligándome a moverme un poco para evitar ser presa de alguna de sus
“travesuras”. Cuando volví el rostro en dirección a aquella señora, solo su
recuerdo se quedaba. Ella ya se había ido.
Mi padre y sus 2 compañeros de
jornada llegaron presurosos hasta donde yo me encontraba.
"— ¡Pos que tienes muchacho!
parece que viste a un fantasma. —me dijeron los tres al verme de pie mirando
hipnotizado el horizonte, donde los rayos del sol apenas iluminaban con marcada
timidez las sombras de la noche.
-Yo la vi- fue lo único que pude
responderles.
Me miraron extrañados, sin
terminar de comprender que era lo que habia visto.
Por distraerme observando la
inusual imagen, fui regañado por no haber cumplido con diligencia el encargo
que me habían encomendado.
Acepte en silencio mi regaño y al
término de este me dieron permiso de volver temprano a mi casa. Nunca más volví
a platicar mi encuentro con la dama del agua.
Puedo asegurarles que los rumores
son ciertos, bueno, casi ciertos. Hay una mujer que se aparece en el océano
para contemplar la belleza del amanecer. No roba niños, no es un ser horrible.
Al contrario, es tranquila y muy hermosa. Aunque es un ser solitario que
lamenta su tristeza durante las horas previas al amanecer.
Tal vez por eso hablan tan mal de
ella. Hablan mal porque no la conocen.
¿Yo puedo hablar sobre ella de
una manera diferente?
Tal vez si, aunque sea solo físicamente.
No puedo decir que llegue a conocerla, pues solo la vi unos instantes.
Ese es el error que cometemos las
personas: creemos que conocemos algo o alguien con tan solo observarlos un
instante. Para conocer hay que tomarse el tiempo, algo que muy pocos estamos
dispuestos a hacer.
Ahí aparece, en las orillas del
mar.
Ahí solloza, mitigando con las lágrimas
su terrible soledad.
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