Me encuentro aturdida, algo me incomoda. Ya tenía muchos días
sin que tuviera la oportunidad de teclear mis problemas. "Tal vez ese sea el motivo de mi malestar"
me digo a mi misma, en un absurdo intento por justificar lo injustificable.
Estoy molesta; por todo y por nada. Porque hay un detonante
que me incomoda y eso es que me censuren.
No me digas que no
hable sobre un tema en específico.
No me pidas que me
guarde mi opinión cuando sabes bien que es contraria a la que tú tienes.
No me digas que debo pensar.
No me digas que debo decir.
No me controles.
No controles que es lo
que debo decir para no incomodarte, solo porque tú consideras que mis creencias
son incorrectas.
No intentes callarme.
No intentes
censurarme.
Cuando me dices eso, tengo
la necesidad de hablar aún más fuerte. De que un mayor número de personas
escuchen lo que quiero decir.
De rebelarme, de llevarte la contraria.
No solo soy yo; allá
afuera hay muchos otros que como yo, únicamente buscan expresar su
descontento, sus ideas, sus opiniones ante aquello que consideran importante.
No nos calles, porque
hablaremos más fuerte.
Y así seguiremos, hasta que llegue el día en que todos seamos capaces de escuchar al prójimo
y respetar sus ideas, sin que nadie nos diga: "no puedes decir lo que piensas porque es incorrecto."
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