Los defectos son aspectos de nuestra
personalidad que no terminan de gustar a las personas que nos rodean. Hablar
sobre ellos es una especie de tabú maquillado: es más común escuchar los
defectos de una persona que no esté presente a encarar los propios.
A nadie nos gusta escuchar que nos digan
nuestros defectos, a veces se considera una falta de respeto enorme decirle a
alguien sus fallas en la personalidad. Y es peor para quien los escucha sin haberlo pedido.
Los chismes son tan adictivos de escuchar
porque precisamente nos recuerdan que las "fallas" de otras personas
son más grandes que las nuestras. Que no somos los únicos que se equivocan.
Los defectos de personalidad son como un
tener un frijol en el diente: todos lo ven (menos nosotros), algunos se ríen de nosotros apenas
les damos la espalda, pero muy pocas personas van a atreverse a decirnos lo que
están viendo en nosotros que causa tanta gracia a los demás. Puede ser que nos
enojemos con la persona que nos hizo la observación, pero a la larga estaremos
agradecidos por su honestidad.
Aquí es donde toco un punto conflictivo:
¿Debo trabajar por deshacerme de un defecto cuando sé que le molesta a los
demás? ¿Debo hacerlo por complacer a terceros o porque en verdad me estoy
haciendo daño a mí mismo con esta actitud?
Por ejemplo, si un niño de 6 años habla
con un tono de voz muy elevado y con muy poca discreción para preguntar algo
que llame su atención, su madre lo reprenderá por ser
"indiscreto".
¿El niño debe sentirse mal porque su madre
señalo una actitud frecuente en su comportamiento que no le gusta a ella y por
lo tanto es probable que tampoco le gusta a los demás?
Tal vez para el niño, expresarse de esa
manera lo ayuda a que sus preguntas no sean ignoradas. Lo ayudan a captar el interés
de su interlocutor de manera inmediata.
¿Entonces?
Cuando alguien suele sincerarse con
nosotros sobre lo que no le gusta de nuestra personalidad, solemos sentir una
pequeña incomodidad, muy difícil de explicar. A veces nos avergonzamos de
nosotros mismos, otras veces reaccionamos con agresividad y negamos tener esos
comportamientos de los que se nos acusa. Hay ocasiones en las que la
incredulidad se apodera de nosotros y creemos que la versión que tienen otros
sobre cómo nos comportamos es una increíble distorsión de la realidad. "Yo
no soy metiche, chismosa, presumida, engreído, envidiosa, majadera, intrigoso,
mentirosa, orgullosa, arrogante, celoso, etc. etc. etc. "Los demás si lo
son, pero yo no". "Imposible, ese no soy yo"
Puede que lo seas, puede ser que todos
sepan que lo eres. Todos menos tú.
Pero no te debes sentir avergonzado de ser
tú mismo. No nos hagamos tontos, estamos educados para señalar los defectos de
otros e ignorar los nuestros. Como si negándolos inmediatamente no existieran.
Así eres, la verdad es que así haz sido
desde que te conocen. Mejor dicho, así somos.
Nos duele darnos cuenta que estamos muy
lejos de alcanzar la perfección.
Nos duele escuchar esa vocecita repitiendo
constantemente: "tienen razón, tu estas mal"
Nos duele sentir a nuestro EGO lastimado.
Pero más que nada, nos duele ser humildes
con nosotros mismos y admitir que tal vez si estamos fallando en algo que a
nuestra conciencia estaba oculta o difícil de ver.
No se engañe. No somos perfectos. Nunca lo
seremos.
TODOS tenemos nuestras fallas en actitudes
y comportamientos.
Tampoco se trata de culparse y cambiar
todo lo que los demás les molesta de nosotros solo para agradar a otros. Más
bien se trata de darnos cuenta que clase de actitudes se presentan con mayor
frecuencia y nos impiden lograr un óptimo equilibrio en nuestras relaciones con
las demás personas.
Tenemos la capacidad de cambiar SOLO
cuando en verdad deseamos hacerlo.
No te atormentes: escúchalo, entiéndelo, medítalo,
ignóralo o resuélvelo, déjalo ir.
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